Salir del Armario

Un fragmento de un parrafo de un libro español el cual no recuerdo su nombre en este momento pero buscando entre los cuadernos rencontre esta hoja que arranque de el y ahora se las dejo para que puedan leer!


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Que vaya por delante que nunca me ha gustado esta expresión. Desde que se empezó a utilizar me ha parecido un eufemismo barato y poco ajustado a la realidad. Da la sensación de que “salir del armario” se hace una vez en la vida y para siempre cuando todos y todas sabemos que eso no es cierto. Y también porque parece que todos y todas hemos estado alguna vez en él. Y me consta que hay algunos que no han llegado a conocerlo.

Y empiezo así porque hoy, durante mi jornada laboral, he tenido una acalorada discusión con mis queridas compañerillas, encabezada por Supermamá, acerca de lo divino y lo humano pero, y sobre todo, acerca de la orientación sexual.

Yo, como toda hija de vecina, a lo largo de mi vida he asistido a clases, formado parte de grupos de amigos y currado como una bestia en una infinidad de trabajos temporales que han convertido mi currículum en una masa informe de casi tres páginas. Y no siempre he “salido del armario” en todos esos escenarios.

Tomemos como punto de partida el momento en que empecé a tener claro que a mí también me tiraban más dos tetas que dos carretas. Si mi memoria no falla aquello aconteció hacia los trece o catorce años. Y me faltó tiempo para ir a contárselo a mi primo de doce años y a mi, por entonces, mejor amiga (que el tiempo demostró que ni era mejor ni era amiga, aunque no fue porque le incomodaran mis gustos).

Tomemos como segundo punto de partida el momento en que un bendito amigo del barrio me llevó a Chueca. Por estas fechas hace nueve años, o sea que tenía diecisiete para dieciocho. A partir de ese momento sí que empecé a contarlo a diestro y siniestro. Como a otros muchos y muchas les habrá pasado, el contacto con el ambiente gay me dejó tan fascinada que, dado mi carácter charlatán, no pude por menos que compartir mi alegría con el mundo. Mi alegría de haber conocido al fin aquello a lo que creía pertenecer.

Nunca he tenido la sensación de estar en el armario. Nunca he tenido problemas de autoaceptación. Descubrir que me gustaban las mujeres no me supuso mayor trauma que el que me supuso tener la regla por primera vez (y eso que tenía nueve años y en aquel momento estaba viendo ese entrañable programa llamado Los mundos de Yupi). Lo acepté con naturalidad. Al fin y al cabo, por circunstancias familiares, económicas, intelectuales e incluso físicas siempre había sido la alcayata perfecta para que mi entorno me colgara la etiqueta de diferente (no vive con sus padres, es una empollona, no tiene dinero, es una gafotas,… ya sabéis, las típicas lindezas que suelen decir los inocentes niños de parvulario).

Y yo, supongo que como muchos y muchas, desarrollé la habilidad para saber a quién podía contárselo y a quién no. Afortunadamente, de toda la –mucha– gente a la que se lo he contado desde entonces hasta ahora todavía no me he encontrado una mala cara (me refiero a la gente que me importa; la que no, ni me molesto en averiguar su reacción).

Sin embargo, el paso del tiempo me ha hecho darme cuenta de lo agotador que resulta todo el rollo este de “salir del armario”. Porque, como he dicho antes, eso no es algo que se haga una vez y sirva ya para los restos. “Salir del armario” es un ejercicio diario, como las abdominales o las declinaciones de latín, si lo dejas de hacer un día, sólo uno, retrocedes siempre varios pasos. Y, de verdad, yo ya estoy un poquito harta. Además, que me siento gilipollas poniendo cara de circunstancias y soltando aquello de “tengo algo que decirte” con voz titubeante y temerosa. Yo no tengo nada que decir, no tengo que dar explicaciones ni justificarme por nada, soy así, esto va en el pack igual que mis kilos de más o mi galopante miopía. Simplemente me muestro tal y como soy. No me escondo. Pero a mucha gente eso no parece bastarle e, incluso, les hace sentirse incómodos. Por ejemplo, desde hace unos meses tengo colgado en una pared de mi habitación un poster de la famosa foto de Tanya Chalkin, The Kiss. Mis compañeros de piso a menudo entran a mi cuarto a hablar conmigo o para que les enseñe algo en el ordenata. Está claro que sus dimensiones (91x61) hacen difícil la tarea de no verlo. Pero algunos hacen como si no lo vieran. O lo miran con cara rara, parece que van a preguntarte algo y nunca lo hacen. Tengo en el salón vídeos de manifestaciones del orgullo, libros y películas de temática, no me corto en decir que quiero ver Hospital Central por las dos niña moninas y si no me he visto las dos temporadas de The L Word allí es porque mi antiquísimo DVD no podía leer los archivos. Lo único que no hago es darme besitos con mi novia en el sofá pero, principalmente, porque ahora no tengo… (novia, que sofá sí que tengo, tranquil@s)...

-Compañero: ¡Joder, qué foto más bonita!
-Yo: Ya te digo...
-Compañero: ¡Joder, es que dan unas ganas de meterse en medio...!
-Yo: Si, ese es un error muy común de los tíos. Si hay dos tías solas pensáis que lo único que están esperando es que vosotros entréis en acción...


Y, como ya sabéis, he estado mucho tiempo vinculada al activismo, he salido en diversos medios de comunicación, dirigido un programa de radio semanal, trabajado en un festival de cine gay… Y ahora, bueno, también lo sabéis, publico novelas que catalogan de lésbicas (cuando no de eróticas, que no sé qué es peor). Y os puedo asegurar que el nombre que aparece en la portada es el mismo que figura en mi DNI.

Y pese a todo este despliegue de visibilidad personal, la peña se sigue haciendo la sueca. Se sienten incómodos, parece que no se atreven a preguntar y que, en cambio, están esperando a que tú les hagas una “confesión”. Y aunque ahora a Madonna le dé por confesarse en las pistas de baile, a mi ese rollo lacrimógeno de contar “mi sucio secreto” no me va.

Pero, aunque me joda enormemente, hay momentos en que es urgente y necesario “salir del armario”.

Como mi vida laboral ha sido tan rica y variopinta y, sobre todo, tan poco estable, nunca he creído necesario contarles mi vida a personas que en dos meses iba a dejar de ver. Ha habido gente que lo ha intuido solita (los menos) y gente que me ha considerado una chica muy abierta y liberal pero heterosexual (la mayoría). Por desgracia, tan sólo en un par de ocasiones me he cruzado en mis trabajos con homosexuales y, en esos casos, obviamente, no hizo falta decir nada (al menos por su parte, porque parece que incluso los gays me consideran hetero).

Cuando entré en la empresa en la que ya he cumplido ocho meses (todo un record para mí) ni pensaba durar tanto, ni me caían excesivamente bien mis compañerillas, ni veía muy propicio airear según qué cosas visto el ambientillo que se respiraba en la oficina. Pero en la vida de todo gay y lesbiana siempre llega el momento en que dices “hasta aquí llegó la broma”. Y, como dice el refrán, es mejor ponerse una vez colorado que ciento amarillo así que, hoy por hoy, prefiero que sean los demás los que se sientan incómodos y se muerdan la lengua, aleccionados por esa corrección política que domina a muchos, antes que tener que mordérmela yo mientras aguanto chistecitos y comentarios homófobos por doquier y encima teniendo que poner cara de que me hacen gracia cuando en realidad me estoy acordando, uno por uno, de todos los muertos de quien los ha pronunciado.

Todo empezó cuando estaba a punto de aprobarse la ley del matrimonio homosexual. Puto Almacenero llevaba varios días poniendo la puntilla a muchos debatillos que se produjeron en la oficina y yo ya andaba calentita. El día antes de la manifestación, no sé quién preguntó que si alguien iba a ir. Yo dije que sí, por supuesto, que iba todos los años (también había dicho que yo salía por Chueca cuando me preguntaron, o sea que no debía sorprenderles). Cuando pasó el fin de semana y llegó el lunes me preguntaron qué tal había estado. Y yo, que de mudita no tengo nada, se lo conté tan normal. Tras mi relato la conversación derivó en debate y pronto aquello parecía la mesa de Crónicas Marcianas y yo, cual versión femenina de Boris Izaguirre, defendiendo a capa y espada el matrimonio, la adopción y todo aquello que tuviera que ver con la igualdad real en la sociedad y ante las leyes. Y entoncesSupermamá me mira fijamente y me dice con tremenda candidez: “¡Jo, para no salpicarte el tema, no veas como lo defiendes…!”. Y yo, mirándola fijamente mientras pensaba “¡me tienes hasta el coño, bonita!”, le espeto: “No, perdona, es que sí que me salpica”. Supermamá se queda callada en medio de la algarabía del resto de las chicas que no habían dejado de hablar y dice: “¡Ah, pero que tú eres…”, por supuesto no es capaz de pronunciar la palabra mágica. “¡Ahora lo entiendo todo!”, añade. Pues sí que te ha costado cogerlo, sí…

Media hora después me largué a desayunar para que pudieran rajar a gusto sobre mí. Hala, bonita, cuéntaselo al resto que no se ha enterado o que no estaba, que seguro que cuando vuelva no hay ni un alma en la empresa que no sepa con quién me gusta montármelo…

No puedo decir que lo encajaran mal. Al contrario, les ha servido para sentirse superabiertasy supertolerantes, ossseaaa. Y yo soy la primera que bromeo con el tema pero sí que noté que a partir de entonces se cuidaban muy mucho de hacer según qué comentarios.

Tiempo después, desayunando con La Pija, de repente me pregunta que cómo se tomó mi familia “lo mío”. ¿Lo mío? ¿Mi galopante miopía? ¿Mis kilos de más? ¿Mi manía de no comer jamás lentejas? ¿Cómo que “lo mío”? “Lo mío” no es ningún secreto, no es nada de lo que se deba hablar entre susurros, no es un acto de valentía del que deba vanagloriarme ni nada que tenga que esconder, es una parte de mí tan natural como cualquier otra. Pero ellas, como tanta otra gente, no parecen alcanzar a comprenderlo.

Entre Supermamá y yo hay un extraño pique. Ella dice que siempre le estoy llevando la contraria, yo digo que simplemente le muestro otro punto de vista. Ella dice que utilizo palabras muy raras para hablar, yo le digo que simplemente intento utilizar el lenguaje con propiedad y no porque me pase las tardes empollándome el diccionario, como cree. Ella dice que siempre estoy a la defensiva, yo le digo que simplemente mantengo mis convicciones… En fin, que si no fuera porque ella se declara completa y tajantemente heterosexual casi diría que lo que se masca en el ambiente entre nosotras dos es más tensión sexual que otra cosa…

En fin, a lo que íbamos. Hoy, mientras Jefa estaba fuera comiendo, no sé muy bien cómo hemos empezado a hablar de homosexualidad y me han preguntado cuando y cómo me di cuenta de que me gustaban las mujeres. Lo que a continuación ha venido ha sido la típica conversación de hetero que no puede comprender versus gay/lesbiana ya curtido en debates de ese tipo con oponentes mucho más preparados. He aquí algunas perlas:

-Pero, ¿no confundirías amistad y cariño con algo más? ¿Cómo estabas tan segura de que te gustaban las chicas?

¿Cómo estás tú tan segura de que te gustan los tíos? (Vale, este el comienzo básico)

-Pero es que es una cuestión de instinto, la mujer se siente atraída por el hombre y el hombre por la mujer.

Eso no es más que una construcción social. Has crecido en un entorno heterosexista que si hablaba de homosexualidad era para definirla como algo pecaminoso. Tú no sabes lo que habrías sentido si sentirse atraído por alguien de tu mismo sexo hubiera sido una opción más. Además, el instinto más básico es el de la supervivencia, bien el de salvaguardar la propia integridad física, bien el de perpetuar la especie.

-Claro, la procreación. Los únicos que puede procrear son el hombre y la mujer teniendo sexo. No veo el objetivo de tener sexo con alguien que no puede darte un hijo.

¿Hacer el amor con la persona que quieres no te parece suficiente objetivo?

-Sí, pero…

Ni pero ni nada. Hay que disociar el sexo de la procreación.

-¡Pero es que van unidos!

¿Entonces por qué usas anticonceptivos? (Esa ha sido siempre mi pregunta favorita, mientras no sean del Opus, nadie es capaz de rebatir este punto) O volviendo al tema de las construcciones sociales, ¿por qué te depilas? El vello es totalmente natural y cumple una función protectora.

-Pues por estética.

Porque es una construcción social, igual que la mayoría de las cosas que hacemos. Si la sociedad se hubiera jerarquizado de forma que lo normal fuera tener una pareja de tu mismo sexo y que las relaciones sexuales entre personas de distinto sexo fueran un rito cuyo único objetivo fuese fecundar a la mujer quizá ahora pensases que el que un hombre y una mujer se enamoren es una aberración.

-Pero eso es una tontería…

No es una tontería, por desgracia la mayoría moral de una sociedad es la que generalmente moldea al individuo porque muchas veces éste ni se plantea el porqué de lo que hace (vale, admito que a veces puedo resultar un poco pedante pero yo no tengo la culpa de utilizar los libros para algo más que para adornar las estanterías).

Luego Amargada ha empezado a meter baza. Para mi sorpresa, aunque su postura es muy similar a la de Supermamá y tampoco parece querer comprender ciertas cosas, me ha dado la razón en varias ocasiones.

-De todas formas, la homosexualidad ya es algo que está completamente aceptado… (Esta es Amargada y esta es una postura muy extendida entre ciertos heterosexuales que no son capaces de alcanzar a ver la gravedad del asunto y le restan importancia “porque ya sale en la tele”).

¿Aceptado? Vete a un pueblo de Castilla o de Extremadura o de Andalucía, de la España profunda, vamos, a ver si allí el mariquita del pueblo está aceptado. Vete a muchos países de Africa, Oriente Medio o America Latina a ver qué te cuentan los gays y lesbianas apalizados, apedreados o violados. Porque los que han sido ejecutados no creo que te puedan contar nada. Vete a cualquier instituto y pregúntale al rarito o rarita de la clase cómo se siente después de que sus compañeros le hayan insultado, vejado y agredido. Y ni siquiera te salgas de Madrid, que aunque parezca una ciudad muy tolerante no lo es tanto, y vete a Chamberí o al barrio de Salamanca y pregúntale a esos padres del Opus que preferirían ver a su hija muerta antes que aceptar que es lesbiana (esto, lógicamente, lo decía por Bollera Reprimida y es que ya me estaba empezando a acalorar).

-Pero es que ahora está de moda ser gay… (seguía en sus trece Amargada)

¿Moda? ¿Tú crees que alguien se arriesgaría a ser insultado, discriminado o despedido de un trabajo por una estúpida moda (aunque ya sé que hay gente para todo, esto me cuesta creerlo)? ¿A cuánta gente conoces que haya dicho en su trabajo que es gay? (Aparte de mí, claro y la callada fue la respuesta).

-De todas formas, yo cuando te vi, algo sí que intuí (de nuevo Supermamá poniendo la guinda al pastel).

Pues me parece muy bien… (¡Dios! ¿Por qué ahí me callé? ¿Por qué no le dije: “mira, bonita, si tú y yo fuéramos a Chueca, te las ibas a tener que apartar a manotazos y no porque seas mucho más guapa que yo”? ¿Por qué no le dije que alguien que necesita reafirmarse tanto en su heterosexualidad y rechaza con tanto ímpetu la remota posibilidad de que pudiera sentirse atraído hacia alguien de su mismo sexo da mucho que pensar y justo por todo lo contrario? Además, ¿qué es eso de parecer? Las apariencias engañan, ya lo sabemos todos. El intuir que alguien entiende va mucho más allá de la mera apariencia física. Conozco a tías lesbianas de las que jamás sospecharías y a tías heteros que son más masculinas que Rambo. ¿Tú crees que el viernes, toda yo arregladita, maquilladita y con zapatitos de tacón, parecía lesbiana? ¿Por qué, entonces, durante los últimos nueve años el 90% de las veces que he ido a un bar de tías, ninguna me ha entrado porque pensaba que era hetero y sólo han empezado a pensar que entiendo cuando he ganado muchos kilos de más? El problema es que todavía se piensa que hay un rol físico y estético que determina la orientación y eso ya se está extinguiendo. Parecer o no parecer es una experiencia subjetiva que está más en el ojo –y, por ende, en la estructura mental- del que mira que en la realidad del objeto o individuo observado… Pero todo esto último no lo he dicho, ya estaba cansada de darme cabezazos contra el muro).

La conversación ha continuado, por supuesto, hacia el tema de tener hijos o la compatibilidad entre las parejas o por qué me cuesta tanto encontrar a una persona que siga mi ritmo mental. No eran capaces de entender que hay personas que necesitamos alimento intelectual y compartir nuestra vida con alguien a quien no sólo amemos y nos ponga a mil en la cama sino con quien también podamos compartir inquietudes… En definitiva y como conclusión final, esto es lo único que he sacado en claro:

-Supermamá es muy, muy, muy, pero que muy heterosexual y no quiere que nadie le diga que debería probar con una mujer (Yo nunca le he dicho a nadie semejante cosa pero sí que me gustaría que muchos y muchos tuvieran que acabar probándolo porque un buen día comenzaran a sentir distinto, les entrara una extraña comezon que les agobiara, pasaran el miedo, las dudas y la incertidumbre que muchos han pasado y vieran todos sus esquemas mentales hechos pedazos, sí, eso sí que me gustaría…)

-Los gays y lesbianas estamos siempre a la defensiva (¿Cómo lo estaríais vosotras si toda vuestra vida hubierais visto que la homosexualidad era lo peor que te podía pasar –eso cuando directamente no se ocultaba su existencia-? ¿Cómo lo estarías después de desaprender todos las estructuras que años de socialización heterosexista han grabado a fuego en tu mente?)

-Yo tengo complejo de inferioridad porque siempre estoy intentando demostrar lo que sé, lo que he hecho y cuanto valgo (vale, puede que no esté desencaminada, a todos los que hemos crecido siendo diferentes por alguna causa nos ha quedado una especie de victimismo residual que nos lleva a buscar la aprobación ajena –algo que le ocurre a casi todo el mundo, por otra parte- y a demostrar nuestra valía más allá de meras etiquetas que en nada son definitorias de nuestra persona).

-He salido con cierta sensación de impotencia y abatimiento al ver la estrechez de miras que sigue gastando la gente que se considera liberal y progresista.

-Y, vale, sí, también he pasado un buen rato, me he reído mucho y he disfrutado porque me encanta hablar y rebatir y argumentar mis puntos de vista y desarmar los del contrario. Era a cosas como esto a las que me refería cuando hablaba de alimento intelectual… Coño, que no era tan difícil de entender…

Perdonad la brasa pero es que estos temas me acaloran y apasionan mucho…

P.D.: ¡Y yo que pensaba que fui una rajada por ser la primera en irme el viernes! Pues resulta que todas me envidiaron porque la noche fue una mierda, se congelaron, se aburrieron, caminaron sobre sus tacones por medio Madrid en busca de un taxi y lamentaron haber salido esa noche… ¡Claro, por eso ayer iban todas con zapato plano…!

…de fondo Café del Mar 25th Anniversary

2010-12-10

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